Se calza su desgastada cazadora de cuero, sobre esa anodina camisa blanca parece una parodia de Loquillo. Se sube a su diminuto deportivo, uno de los mejores lugares para pensar, conduce de madrugada, con el compás marcado por las farolas, la ventanilla abierta y ese aire fresco golpeándole la cara. Tras casi una hora detiene el coche, quita la llave, sale de él y mientras recoge su mochila susurra la última estrofa de una de sus canciones favoritas:
-...recuerda mi nombre respeta mi espacio no quiero colores no necesarios.
-...recuerda mi nombre respeta mi espacio no quiero colores no necesarios.
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