domingo, 9 de noviembre de 2014

Dentro de lo de dentro

   Los rumores siempre le rodearon. Al principio le molestaba, ¿por qué la gente perdía el tiempo opinando? Nunca lo llegó a entender, pero aprendió a utilizarlo para protegerlo, para protegerse. Como una fina seda que le permite verlo todo y que matiza cada detalle de su ser, maquillando de adjetivos aquello que nadie entendía.

    Como pequeños parásitos todo aquel que mantiene algún tipo de contacto con él drena su energía poco a poco, con cada palabra que se ve obligado a articular se siente atracado, despegado de su propio ser hasta sentirse desnudo, salvaje. Nadie entenderá que hay días que un mero saludo es un gran esfuerzo, un pequeño contacto físico un gran sacrificio, no entenderlo con una mirada un insulto. Sus auriculares y un paseo a veces debían olvidarse de él por el riesgo a ese contacto tan innecesario para él, tan común para el resto, de no entender que el silencio y la soledad son necesarias, que estar en silencio no significa no tener nada que decir, porque él puede hablar con caricias y miradas que nadie podrá darte; y la soledad no es triste, sino reflexiva y necesaria para recordar sus raíces, cada una de las ideas que forman esa mente, para organizar todo lo que necesita para vivir.

    La introversión es así. Dale lo que necesita y tendrás algo único, despojale de lo único que realmente necesita y se encargará de que sientas que no tienes nada.

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