Me desperezo ligeramente mientras el final de Billie Jean suena en mis cascos, sí, otra noche más que la música me acuna en sus brazos. Corro la cortina y observo este anaranjado paisaje de madrugada. Me alcanza un trino nuevo para mi, sonrío como si escuchar a un pájaro fuese la mayor de las satisfacciones. Tras un buen rato mirando al infinito bajo la persiana y duermo otro par de horas.
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